19.7.08

PAISAJE (Cañón de Riolobos). Mercedes Pérez



Pegado está en mi piel el musgo del recuerdo.
Septiembre,
el cielo revestido con velo plomizo
en el preludio del camino.


Pasos seguidos de otros pasos
peregrinaban por el cañón calizo.
El silencio se quebraba
con el canto de alondras esteparias, alimoches y petirrojos.


Se ciñe el camino entre pinos y encinas,
entre sabinas y enebros,
sendas serpenteantes y sombrías
con aromas de espliego, sabia y tomillo.


Reinaba una magia inquieta
sintiendo la presencia de muchas vidas,
pequeños seres cabalgando entre las ramas
sorteando piedras de los arroyos
como puentes que esquivan el agua entre la inmaculada jara.


Dejando atrás el lóbrego follaje
se alzaban verticales paredes, como templos,
atestadas de grutas y cavernas donde anidan cornejas y grajos,
rocas con marcadas huellas de tiempos pasados.


Solo nuestros ojos hablaban ,
como si un encantamiento turbase las palabras.
Nuestras miradas quedaban reflejadas
en aquellos estanques de aguas mansas
adornadas de nenúfares y peces plateados.


Asentados en la cumbre
los majestuosos buitres observaban.
Pájaros remontando el cielo en un océano verde,
el vuelo solemne de las águilas se iba perdiendo en la calima.


Al borde del antiguo cenobio templario,
en el frescor de la hierba,
nuestros cuerpos cansados yacen.
Miramos al cielo ...
Una corte de halcones, buitres y águilas
danzaban festivos un acompasado vals.


Septiembre-2006

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