Hay silencios que
amedrentan las paredes
y las hace respirar
con mil quebrantos,
dejando la piel
deshilachada
en un trance que
acalla el pensamiento.
Hay una extraña
sombra en cada esquina disecada,
y el eco de un
temblor retumba entre las venas
cuando la luz se
extingue entre la piel y la mortaja.
Mientras rezuma
perfidia a borbotones,
el rubor de la
cautela te avasalla,
con una resonancia
que doblega,
haciendo
dislocar sin alegatos
fundamentos y
reservas.
Huérfana de lágrimas
quedo exenta
de oficios y desganas mal paridos.
Si la ofrenda fue una
dicha y dio monsergas,
hoy dimito, pongo fin a los desmanes,
neutralizo la indolencia y la suprimo,
como el humo que se
extingue
de un cigarro entre
los dedos.
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